Llevo varias semanas, tal vez meses, buscando las palabras para escribir sobre esta fecha. Es más, he debatido sobre si debería o no escribir algo en torno al 18 de diciembre del 2018. Una parte decía que sí y otra que no. Fueron las situaciones límite las que me permitieron escribirlo.
Hace un año nos cayó un rayo a Andrea y a mí y decidí hablar de esta fecha, no por el morbo, sino por lo que he aprendido. Hay un tema que me hace mucho eco en la cabeza: convivir con el trauma. Cuando comencé a explorar esta idea del trauma, llegué al tema de las situaciones límite.
Hay un filósofo alemán, Karl Jaspers, que desarrolló el concepto de Grentzsituation, o situaciones límites. Básicamente, él busca describir cómo reaccionamos en situaciones que nos llevan al límite.
¿Qué son las situaciones límite?
Jaspers las define como un evento que nos saca de lo ordinario, pero esa descripción no les hace justicia, porque las situaciones límite en realidad son fascinantes. No es sólo sobrevivir el trauma. Es el antes y el después y todo lo que conlleva.
Cuando uno pasa por trauma, la voluntad se estira al punto que parece reventarse. Tanto que se vuelve invisible, sea la voluntad de uno o de otras personas. Pero lo importante es que ahí sigue, y aguanta.
Sí, uno llega a un lugar que es una mierda. Un infierno, y eso es lo jodido. Uno se cuestiona todo, se cuestiona a uno mismo, al porqué está vivo y porqué pasaron las cosas. Inclusive si uno en realidad está vivo o no. El trauma te lleva al límite y te desacomoda todo. Lo que uno percibía como normalidad se rompe. Se desintegra y es en esos desacomodos que uno se da cuenta de muchas cosas.
A través de la vida, creamos imágenes de nosotros mismos que Jaspers llama identificaciones y en general, las usamos para protegernos. Las creamos para que la gente no vea quiénes somos en realidad o, inclusive, para que nosotros no veamos quiénes somos.
La bronca con estas imágenes es que pueden durar toda la vida y a veces necesitamos de las situaciones límite se lleven todo a la mierda para darnos de que ahí están. Dudo que esas sean las palabras que usó Jaspers, pero ustedes captan la idea.
No todo está perdido. Más bien, la situación límite es lo contrario.
Cuando estas imágenes desaparecen, sólo queda uno mismo. En ese momento, uno tiene que decirse: bueno, este soy yo. Es lo que hay. Las situaciones límite nos reducen a lo que somos en realidad, aunque es difícil verlo, especialmente cuando todo cambió alrededor.
Frustración y esperanza
Hay un momento en el trauma en el cual uno no sabe qué es lo que está pasando. Uno siente un miedo profundo de que todo este caos no va a parar. Uno se desespera al no saber qué es lo que viene. Y aunque a uno le dicen que lo peor ya pasó, muy en el fondo, está ese miedo de que todavía no ha terminado.
Pero Jaspers dice algo que me encanta. Obviamente no es pasar por el trauma, sino que él dice que no todo está hecho mierda. No todo está perdido. Más bien, la situación límite es lo contrario.
Cuando estás al borde del vacío y colgás de esa cuerda fina que es la voluntad, tuya o de alguien más, hay una oportunidad. Hay un chance de salir. Pero esa oportunidad requiere que rompamos con todo lo que creíamos antes, porque el trauma, nos pone dos platos sobre la mesa: o vivimos o nos echamos a morir.
Ahora bien, la decisión parece sencilla. Obviamente, uno quiere sobrevivir. Pero no es tan sencillo, porque echarse a morir es lo más fácil que hay. Un día, uno decide no levantarse de la cama, no ir terapia o no cambiarse las vendas. Ya sea porque cansancio, tristeza, dolor. Por lo que sea, pero ahí se queda uno.
Lo clave de todo es que uno es el que decide eso. Nadie más decide eso por uno. Uno decide echarse a morir.
O luchar hasta recuperarse.
Paso a paso
La recuperación es difícil. Es más, la recuperación es casi una situación límite en sí misma. Nos pide nuevas maneras de pensar, de comunicarnos y de aceptar cosas de uno mismo. A mí me dolía aceptar quién era este nuevo yo: cuerpo, mente y espíritu dañados. Con mucho dolor.
Pero tenía a Andrea a mi lado. Ella nunca mostró duda, nunca mostró inseguridad, aunque ella había pasado por su propia situación límite, por su propia puesta a prueba. Eso era lo que tenía que aceptar. Que yo podía hacerlo, que yo podía salir de esto.
De nada servía decirle al mundo que estaba roto, si no iba a hacer nada al respecto. Porque ahí estaba ella: caminaba a mi lado, salía de su propia situación límite. Y si yo no aceptaba que podía, no sólo me afectaba a mí mismo, sino que a ella también. Algo que ayuda es darse cuenta de los detalles.
Son pequeños momentos. Uno escucha por primera vez. Te mandan una botella de Sprite y un pan dulce para navidad. Recibís un montón de cartas de familiares y amigos de todo el mundo. Un extraño dice ser tu primo para entregarte unas flores que vienen directo de Costa Rica. Al final del día, dormís acompañado.
Para mí caminar y escuchar siempre iban a estar. Asusta pensar que casi desaparecen. Cuando uno se da cuenta de lo que tiene, y no se concentra en lo que perdió, comienza a salir de la situación límite.
El trauma lo lleva a uno al infierno. Uno siente que está roto y que no hay suficiente adhesivo en el mundo para armarlo a uno. Pero a través del trauma, uno conecta con su verdadero ser. Uno logra ver cuáles son sus propias virtudes y debilidades, y acepta mucho de sí mismo. Los retos son claros y uno sabe qué es lo que hay que hacer.
Lo que se requiere es mucho trabajo, nada más. Aunque muchas veces, se siente imposible. Pero se sale.