Ficción

Cuando todo esto comenzó, alguien subió una foto de un cuerpo musculoso que leía: si no salís de esto con una nueva habilidad, con más conocimiento, o más delgado, no te faltó tiempo, te faltó disciplina.

Miles de fotos, con el mismo texto, e imágenes diferentes, comenzaron a inundar mis redes. No te faltó tiempo, te faltó disciplina. Más conocimiento. Más delgado. Una nueva habilidad.

Pero nadie subió una foto que decía que controlar la ansiedad es una habilidad que muchos acaban de descubrir. Que los sesenta segundos que dura el termómetro en dar el resultado son un ejercicio de meditación. Respirar profundo. Esperar el resultado.

Te recordás que, en realidad, no tenés síntomas. Y sí, compraste un termómetro porque te diste cuenta de que tenías uno y ahora la fiebre es clave.

Levantarte y caminar al balcón, al pasillo, a la ventana, adonde sea y no gritar ándate a la mierda, mundo, demuestra mucho autocontrol. Gritarlo demuestra honestidad. Son nuevas habilidades.

Nadie te da crédito por ponerte la máscara y no tocarla en toda la ida al super. Ni felicita a los asmáticos que, aún sabiendo lo que se siente no poder respirar, se ponen la máscara porque quieren ser parte de la solución, no del problema. Sea cuál sea el problema. Sea cual sea la solución.

Alguien, en tus redes, subió una foto en la playa. Abraza a los amigos. No durás segundos en juzgar, hasta que leés la descripción “Cuándo éramos felices y no lo sabíamos.”

En ese entonces, cuando tomaron esa foto, y sonrieron a la cámara, ¿en qué pensaban? No importa qué pensabas, si ahora te das cuenta de que eras feliz. Vos también tenés esas fotos y querés subirlas y cuando lo hagás, alguien más te va a juzgar, hasta que lea la descripción.

Eso sí, hay una nueva habilidad que todos tienen. Ahora todos son epidemiólogos. Antes eran árbitros y politólogos.

¿Qué faltó disciplina?

Si te levantás todos los días y te sentás donde estuviste ayer, y anteayer, y te ponés a trabajar, con la incertidumbre como vista. No te queda de otra que seguir adelante y seguís, en una rueda, hasta que llega el día en que tenés que ir al super.

¿Cuánta más disciplina que eso?

Hablan del martillo y del baile. Ves el martillo, ese objeto extraño que tenías guardado y ahora vas a usar para todos los proyectos que decidiste comenzar. Vas a colgar ese cuadro, aunque ya no te gusta, lo vas a colgar. Pero no tenés clavos. Hay que ir a la ferretería y casi se te olvida la máscara.

¿Cuándo fue la última vez que bailaste? Ahora sí que nadie te va a ver. Creo que la habilidad final es darse cuenta de que nada importa, al fin y al cabo, nada importa si no se puede bailar en paz.

Cuando vas al super, te da miedo que te de miedo la gente. O que te da miedo hacer lo que siempre hacías. Lo que tranquiliza es que todos estamos igual. Bueno, casi todos. Mañana sí vas a comprar esa botella de vino que tanto has querido. Todos estamos igual. Bueno, casi todos. Comprala.

Ves la pila de libros que no tocabas hace años, por todo lo que hacías antes. Si sigue igual cuando todo esto termine, todo bien. No los ibas a leer, de todos modos. La gente te va a juzgar y va a decir: ¡Ja! Yo leí 100.

Y vos les vas a responder: Qué bien. En serio, qué bien. Yo me sostuve.

Tu perro, que te ve, confundido pero feliz de que estás ahí todo el día, no te va a criticar. Pero si los vas a leer, hay que moderarse. No sabemos cuándo abrirá la librería.

Te piden más conocimiento. Pero nadie te dice que la gente está aprendiendo sobre sí misma como nunca.

Ahora sabés que, en realidad, no tenés hambre 24 horas del día. Es aburrimiento, ansiedad, estrés. Y, con respecto a eso, la comida, tenés tanta disciplina que no mandás todo a la mierda cuando aparecen platos sucios cuando ya los lavaste todos.

Esos platos siguen saliendo. ¿Cómo? No sabés. O no querés saber.

Cuando todo esto comenzó, leí que si uno no salía con un nuevo negocio, una nueva habilidad, bla, bla, bla, no le faltaba el tiempo, sino la disciplina.

No hemos salido. No sabemos cuándo ni cómo vamos a salir; pero aquí estás, y eso es suficiente.

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