El pecho apretado. Los brazos entumecidos. Dificultad al respirar. Todo ocurre en un mismo momento, pero no es un infarto. Es algo más común: la ansiedad.
La batalla del ser humano moderno contra el enemigo que creó se libra de una manera silenciosa, la mayoría del tiempo. Se da cuando se ve a la pantalla, mientras el latido se acelera, el cuerpo se tensa y el aire, de milagro, evita a los pulmones. Luchamos por contener el ataque.
Ojalá dure poco. Que nadie se de cuenta. Tenemos que desconcentrarnos, entonces rodamos sin fin, en esa banda, que impulsan nuestros dedos. El contenido se desplaza en la pantalla y algo nuevo que consumir cada segundo. Es interminable. Pasa el tiempo y la banda infinita consume los minutos y el antídoto se convierte en veneno. Los nervios vuelven, luego el estrés, lo que buscábamos apagar. Volvemos al mismo lugar, pero en otras condiciones. Nos carcome el hecho de que acabamos de gastar tiempo haciendo nada, pero no podemos concentrarnos en algo.
Son miles, millones, de personas que pasan por lo mismo. Algunos logran esconderlo y esperan llevan la olla de presión en sus interiores, con la esperanza de que, en algún momento, encontrarán una válvula de escape que nos los mate cuando estalle. Otros no pueden contenerlo. Más bien, luchan porque no se vea tanto. La ansiedad, al igual que otros males de salud mental como la depresión, se han vuelto tan comunes que los países han tomado medidas drásticas para tratarlos. El panel de expertos conocido como el Grupo de trabajo de servicios de prevención de EEUU recomendó, este agosto, que todos los pacientes médicos que se sometan a un chequeo deberían también recibir una evaluación por ansiedad.
Se necesita tratar la ansiedad, ya.
Lori Pbert, psicóloga clínica, lo consideró de necesidad crítica. Esto aplica para todos los pacientes menores de 65 años, y le adjudican a la pandemia la responsabilidad de ser uno de los catalizadores de los picos en ansiedad en el país. Costa Rica no es la excepción. Es más, nuestro país lidera, a nivel mundial, los índices de ansiedad y depresión, con 10 puntos porcentuales por encima del promedio del mundo. En ambos casos, se le culpa a la pandemia como catalizador y es parcialmente cierto, pero, en realidad, la pandemia fue un detonante.
La mejor evidencia para refutar que la pandemia fue el único detonante de esta crisis es el libro La sociedad del cansancio del filósofo Byung-Chul Han. Sus escritos, de manera preocupantemente eficaz, describen lo que vivimos ahora, y se publicó en el 2017. La ansiedad no es nueva y tampoco cómo hemos trabajado para entenderla. Solo que, ahora, es una epidemia.
El término en inglés es, en mi opinión, mucho más eficaz en describir nuestro estado actual como sociedad. Vivimos tiempos convulsos, no menos violentos, que el pasado, pero sí más visibles. Cada microsegundo que pasa, hay información nueva que nos llega al cerebro y no tenemos cómo detenerlo. Para peores, aunque escojamos sólo ver contenido que consideramos positivo, es inevitable que nos llegue algo triste, injusto o, peor aún, que enojan. Son nuestras amistades las mismas que comparten eso o, tal vez, aquel sitio de noticias que olvidamos dejar de seguir, o un anuncio.
A ese grado hemos llegado y, con esto, volvemos al término en inglés, que es sumamente eficaz. Fight or flight. El profesor de la Universidad de Duke Mark Leary nos compara a un venado en el bosque. Si escucha un ruido, o ve alguna amenaza, entra en estado de alerta. Una vez que se va la amenaza, puede volver a estar tranquilo. Nosotros no. Al ver escenarios así, amenazas a nuestro bienestar, se nos enciende el instinto. Estamos reaccionando a una amenaza, pero no tenemos cómo escapar de ella. Cambio climático, violencia, incertidumbre, finanzas. La lista continúa y nosotros no podemos hacer nada. Estamos en un estado de fight or flight, en donde nos podemos ni pelear, ni huir.
Vivimos en un entorno lleno de ansiedades que todavía no entendemos
Las amenazas son tan comunes que, si en una conversación, sale el tema de ansiedad, ninguna persona estará sorprendida. Tomamos por sentado de que hay ansiedad. Tal vez, preguntaremos por qué, pero lo más probable ni siquiera queramos tocar el tema. Todos conocemos a alguien con ansiedad o depresión y, es mucho más probable que no sepamos qué recomendarle para tratarla.
Todavía no existe un “ansiosimetro” preciso, que nos tire un número, y con eso podamos buscar el tratamiento. Tampoco existe una panacea que solvente todos los problemas, pero sí existe una serie de soluciones y ninguna es absoluta. En la lucha contra la ansiedad, son los pequeños pasos. Ante la imposibilidad de controlar todo lo adverso, el autor James Clear recomienda hacer medidas objetivas. Si nos aterran las finanzas en el futuro, comenzar un ahorro ahora nos ayudará. Al final del día, resumir lo positivo y los pequeños logros, nos permite resumir el progreso.
Este artículo es el ejemplo de esto. He dejado pasar varios concursos literarios pasar por estar paralizado, frente a la pantalla, pensando en cuáles son las palabras adecuadas para escribir. Los días pasaron, y la ansiedad ganó. No escribí una sola palabra. Los concursos cerraron y habrá otros. Es frustrante saber que no pude hacerlos. También, frustra saber que lo mejor son acciones pequeñas, pero, así salió este texto. Escribí un poco hoy, para escribir más mañana.