Podemos decir que es mejor la espontaneidad que la rutina? Es más, ¿quién decide cuál es mejor?
La espontaneidad parece ser parte obligatoria de nuestras vidas. Nos rodean mensajes que la incitan. Decidir en el momento, “dejarse llevar” por lo que el corazón dice, etc. Todos estos máximes son la nueva norma y yo, durante mucho tiempo, la seguí. Ahora, llevo una vida relativamente rutinaria pero, de vez en cuando, entra un impulso, un deseo casi instintivo de lo espontáneo, aunque no sea posible.
Es difícil vivir en el momento, y no sólo porque la vida se mete en el camino. Aunque las redes sociales nos inundan con falsas recetas de espontaneidad, la realidad es otra. Vivimos en horarios rígidos, además de enfrentarnos a limitaciones, físicas, mentales y espirituales. Somos, después de todo, la sociedad del cansancio. Levantarse, ir al trabajo, luego al gimnasio, cuidar de los cercanos, cenar, ver un show en televisión, apagar la luz y repetir.
Para algunos, no suena bien. Es más, en sus ojos, podría inclusive generar ansiedad. Sin embargo, no podemos evitarlo. Esta es la realidad de muchas personas. La gran mayoría, diría yo. A su vez, es válido sentir cierto grado de disgusto hacia este “manual de vida”. Como seres sociales, exploradores, inquisitivos, que somos, no parece ser natural este esquema, pero el odio al mismo lo hemos llevado al extremo.
En estos días, nuestra sociedad repudia la rutina. Le tiene un miedo a que la vida siga cierto orden, a caer en las mismas responsabilidades del día a día, hasta el final de los tiempos. Se vuelve, entonces, una panacea la espontaneidad. Sólo es necesario buscar en Google “cómo ser más espontáneo”, y sobrarán los consejos. No digo que todos sean malos, no. El problema es que no es sólo eso. La internet está inundada de frases cursis, clichés, y tediosas, como “¡vive el momento!”
Ahora bien, la espontaneidad es buena. Erich Fromm dijo que la libertad positiva consiste en la actividad espontánea de la personalidad total integrada. Después de todo, es vital que una persona pueda, en sus capacidades, disfrutar de la libertad de escoger, en un momento específico del tiempo, hacer o no algo. Saltar, brincar, reír. Cosas más complejas, también. Caminar. Dormir. Al fin y al cabo, escoger sobre el camino. Bajo esta noción, parece ser que la falta de espontaneidad, la incapacidad de actuar sobre el momento, es una sentencia. No de muerte, no a ese extremo, pero a una prisión, que, eventualmente podría sentirse igual. Es bajo esta premisa que el deseo de algo espontáneo se me activa, con sensaciones contradictorias.
En mi caso, cada vez que hay una oportunidad de espontaneidad, se activa la lista de chequeo. Son una serie de detalles, a veces, se siente interminable. Cuando la termino, el momento pasó, o duré tanto tiempo que ya las ganas se fueron. Crece, entonces, una sensación de frustración que puede ser difícil de manejar.
Lo comparo con un proceso de despegue en un avión. Pienso en si habrá lluvia, o cuerpos de agua, y si hay un riesgo de que mis audífonos se dañen. Ahí, me los quito. Los guardo en el estuche y me aseguro de que esté bien resguardado. La espontaneidad, entonces, viene con una sordera severa.
Nota curiosa: legalmente, yo no debería andar en barcos en el mar ni hacer rápidos. Como tengo que quitarme los audífonos, no podría escuchar instrucciones en caso de una emergencia. Igual, lo hago.
Lo mismo aplica para los anteojos. Una miopía severa conlleva perderse muchos detalles si no tengo los anteojos pero, son caros, y esenciales. En el momento, debo decidir. ¿Juego o no con los anteojos y arriesgo un golpe? Los lentes de contacto son todo un tema, la operación, también. Así funciona la lista de chequeo.
Me encantaría decir que eso es todo, pero no. Luego está el comer. Desde el diagnóstico de celiaquía, el dos de enero del 2015, para comenzar el año con un cambio radical, mi cuerpo se ha sentido mucho más agradecido. Todos los síntomas desaparecieron, siempre y cuando siga las reglas al pie de la letra. Esto se traduce a una vida, de nuevo, de planificación, rutina, y sí, frustración. Inclusive hace quince años, cuando era apenas una condición “nueva”, se escribió sobre la frustración de vivir con esta enfermedad. Aunado a esto, está el factor precio. España es uno de los países más vocales en la diferencia, pero es normal, en todo el mundo, pagar en promedio cuatro veces más por el mismo producto.
Todos estos factores ayudan a crear frustración. Se apilan, uno encima del otro, para crear una sensación, a veces, abrumadora. Esto, al mismo momento en que la sociedad busca idealizar lo contrario. Es fácil cuando la gente dice que “hay que vivir un poquito”, “la vida es una”, y ahí sigue la lista. Son comentarios y puntos de vista que alaban a “los espíritus libres” y etiquetan de aburridas a aquellas personas que siguen una rutina y, para esto vuelvo a Fromm, quien dijo que sí, la espontaneidad es buena, pero se puede, en efecto ser demasiado espontáneo. De ahí, Rousseau recuerda que la espontaneidad debe ser íntima amiga de la disciplina. A veces, para “saltar al vacío” se necesitan bases sólidas, y altas, que sólo construye uno con disciplina.
Los ojos del mundo dirían que las personas que viven en una rutina son aburridas y es peligroso llegar a esa conclusión. Existen muchas otras condiciones que quitan, poco a poco, la espontaneidad, desde físicas, hasta de salud mental. De ahí viene el peligro de asumir que una frase cliché aplica para todas las personas por igual. A su vez, el mundo que nos rodea, nos insta a saltar al vacío, a tomar la mochila, abordar un avión, y cruzar medio mundo. A rompernos de nuestro caparazón y vivir la vida, pero, ¿cómo hacemos cuando los factores que nos limitan esa espontaneidad están fuera de nuestro control?
Al final, a veces hay que encontrar espontaneidad donde creemos que no la hay. Desde lo pequeño, como una nueva conversación, hasta salir de compras un día diferente, hasta algo tan intimidante como comenzar una nueva clase, para muchas personas, la espontaneidad puede ser diminuta. Casi ni se ve. Para otros, es hacer rápidos, o en efecto, quitarse los audífonos, guardarlos, y que todavía caiga la lluvia para disfrutar correr debajo de ella. La clave de todo es que, saltar al vacío, tiene un significado diferente para todas las personas.