Herbalife fue toda una aventura, y nada ha cambiado.
*Nota: todos los nombres son pseudónimos.
Fue por una chica, Emma. Así fue cómo me metí en Herbalife por ahí del 2006. Recuerdo, aún tantos años después, el proceso por el cual se adentró en ese mundo y, por un breve período, me arrastró a mí.
Conocí a Emma en una fiesta. Tenía, como muchos de nosotros a esa edad, un deseo de libertad, ajena de responsabilidades, para viajar por el mundo. Le aterraba trabajar, no porque no supiera cómo, sino porque no quería quedarse atascada el resto de su vida.
Un día me contó de un amigo, Guillermo, que había conocido por una amiga de una amiga. O algo similar. No le puse atención a esa cadena de encuentros.
Guillermo llegó a una de tantas fiestas que hacíamos cuando jóvenes. Me llevaba si acaso un par de años, pero hablaba de una libertad financiera que todos anhelábamos. Su energía era tan sostenida que parecía falsa. Un permanente estado de elación y positivismo que no iba acorde a nuestro mundo postadolescente.
Poco a poco, la presencia de Guillermo fue más frecuente. Nos invitaba a salir a “fiestas”, en donde había gente igual a él, con esa energía inexplicable, ensayada, fabricada, alimentada por los pines que portaban en las camisas: pregúnteme cómo, y pierda peso, siéntase mejor.
Yo lo percibí como un mundo falso, muy feliz para ser cierto, pero a Emma, poco a poco, le comenzó a gustar. Cada reunión estaba llena de positivismo, de historias de viajes y éxitos financieros, y de salidas con tal, que es nivel tal, y tiene una casa en tal. Vieras que la semana pasada fui a Dominicana. Yo trabajo desde mi casa.
Ah, sí. En ese entonces el Working from home era una idea tan nueva que la mayoría pensábamos que significaba trabajar desde la playa y no el mismo ajetreo que una oficina, pero podés trabajar en pijamas y con tu mascota a tu lado.
Admito que lo que Guillermo contaba era fascinante. Un huevón de 21 años que llevaba una carrera en el TEC a media máquina, pero su Hi5 era playa, viajes, atardeceres. Algo no cerraba. Pero aún así, a Emma le comenzó a gustar la idea. Porque la receta era perfecta.
Comprar, vender y reclutar. Siempre reclutar. Además, que ella cumplía con todo lo necesario.
Vos sos ideal, tenés la energía y la actitud, y sos súper bonita, le decía.
Las fiestas «herbalife» en casa
Un día llegué a la casa de Emma. Venite, hay una reunión con unos compas, me dijo por SMS. Cuando abrí la puerta, estaban los papás de ella y un montón de extraños, algunos jóvenes, otros no tanto. Todos estaban en un ambiente de fiesta, escuchaban éxitos pop de los 80, y tenían pines en las camisetas. Camisetas que, a propósito, eran todas iguales. El ambiente era de esperanza, de ilusión.
Alguien daba un testimonio de que había perdido peso y de paso, hecho plata, y todos aplaudían. Muchas señoras mayores se alegraban al escuchar esto. He tratado tanto de perder peso. Ojalá esto sirva. Los más jóvenes hablaban de la libertad de poder viajar donde quisieran cuando quisieran. Anduve en Cancún, todo a punto de este producto. Aplaudían los más jóvenes. Ay, ojalá yo pueda viajar.
¡Van a poder! Les decían los más veteranos.
Aquí viene otra confesión. Al principio, Emma se veía motivada y eso me gustó. Además, a mí me había interesado un tema que no era la plata.
Uno de los “veteranos” de Herbalife, Bryan, se acercó a hablarme y, de manera habilidosa, llegó a un tema sensible para mí: mi peso. No sé cómo supo que siempre había sido un tema que me acomplejaba. Pero lograba sacar el tema con cuchara.
¿Vos vas al gim? Se nota que tenés fuerza, me decía. Mae, el gimnasio cuesta y esto te va a ayudar a llegar a esa meta.
Tengo que reconocerlo. Estaba en su charco. Parecía profesional. Sacó una calculadora y me dijo que, con tantos batidos, ya perdería peso y que tal vitamina y tal colágeno te iba a ayudar.
A propósito, me demostró con un vaso de estereofón cómo tal producto quemaba la grasa. El vaso se derritió. ¿Ustedes saben lo difícil que es derretir estereofón?
Al terminar la noche, Emma se acercó. Había conversado con todos, estaba cubierta de pines y tenía una gran sonrisa en la cara. También se alegró de que yo había conversado con gente, ya que pensaba que el evento no me gustaría.
Pero, además, traía una bolsa blanca grande, elegante, con el logo de Herbalife afuera. Adentro, tenía muchos productos.
Esto es para vos, me dijo. Y me lo dio. La gente alrededor celebró, como si fuera un gran premio recibir ese paquete.
Mae, vas a ver que te va a servir. Me dijo Bryan. Nos vemos en tres semanas.
Iniciación a un culto
Así me adentré a un mundo de promesas de dinero, carros, independencia, viajes y pérdida de peso (en ese orden). Pero, apenas llegué a la casa, escondí la bolsa. No quería que mis papás lo vieran. Sentía que algo no estaba bien.
Ella arrancó de lleno con fiestas de batidos y reuniones Herbalife. Desde aquella noche, había comenzado a coordinar un viaje a Cancún y todos estaban desesperados por conseguir el dinero en cuestión de un mes.
De hecho, le llegué a prestar a una amiga de Emma 50 mil colones. Emma y ella me garantizaron que conseguirían el dinero para pagarme de vuelta. Al día de hoy, no me ha pagado.
No me gustaba ese mundo. Pero quería ver a Emma y eso significaba ir a una fiesta de pizza Herbalife (donde se comía pizza, sí, pero sólo se tomaba batido), o una fiesta de batidos (darle batidos a la gente para venderle productos).
Pero Emma cambió. Pasó de estar esperanzada y feliz a ser voraz en su deseo de expandirse y conseguir más socios. Ella, aquella noche, había comprado suficiente producto para darle a seis personas y logró reclutar a su mamá y a una tía, quienes compraron productos para otros seis. Las ventas salen, de fijo. Se decía. Me decían.
Parecía un anuncio andante con todos los pines en su camisa, pierda peso, pregúnteme cómo, usaba su foto del colegio de cuando fue un poco más gorda. Logró convencer a dos compradores, y les vendió el paquete inicial con promesas de que era fácil recuperar el dinero.
Habiendo gastado cientos de dólares, Emma se dedicó a buscar gente que le comprara los productos. Ahí salían las primas y tías a las cuales, antes, no les había hablado durante años. También aquellos amigos lejanos de la U.
Ahí salen, me decía.
El evento Herbalife
Tres semanas después, fuimos a esa reunión en el hotel. Me vestí con la mejor ropa que tenía (ella me había dicho que había que arreglarse). Ella iba elegante, emocionada y nerviosa. Sería la gran oportunidad para hacer conexiones y la esperanza de tener más dinero. Aunque yo sabía que no había logrado vender mucho, ella me aseguraba que todo iba a salir bien.
Por mi parte, yo buscaba alguna excusa para decirle a Bryan que no me había tomado el batido. Pero apenas llegué, me di cuenta de que nada de eso importaba.
El evento, aunque comenzaba como cualquier congreso de ventas, con presentaciones del modelo de negocio MLM, poco a poco comenzó a ser más estridente.
Subían al escenario los “vendedores estrella de Herbalife” que afirmaban que se podían comprar un carro nuevo por mes. Otros decían que se iban a la playa o a Europa todos los meses. Pero ninguno detallaba su cartera de clientes: ¿cuántas personas había reclutado? ¿Cuál era el turnover por reclutado? ¿Al cabo de cuántos meses había recuperado su inversión inicial? ¿Cuándo comenzaban a generar los reclutados?
Además, y me hizo mucho eco, ninguno de los vendedores estrella era tico. Sino panameños, venezolanos, colombianos, y casos de éxito de su país. No de Costa rica. Pero no importaba. Vas a ser tu propio jefe, decían.
Y el público aplaudía. Todos aplaudían. Euforia, esperanza de que lo que pasaba en esa sala iba a ser solución a todos lso problemas.
De repente, Emma me dio su bolso y me dijo: “cuidame esto, que ya vengo.”
Le pregunté que dónde iba y me dijo: es que viene el que más ventas ha tenido durante el año pasado. Y tenemos que ir a pedirle el autógrafo.
Tenemos que pedirle el autógrafo.
Insólito. Pero ahí iba ella. La Emma que me dijo esto era la que yo había conocido, que todavía no estaba convencida de que todo esto servía. Pero los amigos la instaron a que fuera. Era parte de la rutina.
Por los parlantes sonó una música heroica, digna de una final de fútbol.
Entró entonces un venezolano de unos 40 años, vestido de traje entero, sin corbata, y tenis deportivos. Una sonrisa blanca, tan artificial como todo este lugar, y el lugar estalló en aplausos. Todos los que ya eran socios se levantaron, gritando, celebrando, con sus cuadernos de Herbalife—en blanco—abiertos en el medio. Le pedían el autógrafo y él lo daba, con gusto.
Los que no éramos socios, nos quedamos atónitos por la energía. Parecía imposible. Ahí estaba ella, una chica que estudiaba en la Universidad, inteligente, determinada, sosteniendo su cuaderno en el aire para que le dieran un autógrafo.
Al poco tiempo, llegó Emma, agitada, con pequeñas gotas de sudor, mientras se le bajaba la adrenalina. Se sentó a mi lado y sonrió. Tal vez por presión, o por satisfacción propia, sonrió y ahí, me di cuenta, que era totalmente otra Emma. Una que comenzaba a creer en esto.
Vi la firma. Una X, hecha a la carrera.
Los batidos
En el intermedio nos dieron un batido. No había nada más de comer, pero el batido era suficiente para dar saciedad y mantenerlo lleno a uno mientras quemaba calorías.
A los 10 minutos, tenía tanta hambre que comenzaba el dolor de cabeza.
Bryan me saludó de lejos, pero no me habló. Estaba extasiado con que tal vendedor hacía 10 mil dólares al mes, y tal hacía 5 mil pero apenas había entrado hace dos meses.
En la segunda porción del evento, con hambre y dolor de cabeza, me senté a ver la parte de testimonios de salud. Algunas señoras afirmaban que perdieron un kilo por semana y no me costaba creerlo, en serio. Con ese batido y la voluntad de decir me aguanto el hambre del carajo que tenía, se perdía cuanto fuera. Otra señora afirmó que se le había quitado la diabetes y otro dijo que le había quitado el dolor de rodilla.
Era un estado de éxtasis que me tenía harto. Al final, estaba escondido en la parte del fondo del salón, cuando Emma de nuevo, me pidió que le cuidara el bolso. Se tenía que subir al escenario para bailar una coreografía al ritmo de Simply the best de Tina Turner.
Para ella, el evento fue un éxito, ya había acordado con dos amigas alquilar un puesto por la calle para hacer una estación de batidos, iba a comprar 10 kits para vender, (además de los seis que todavía no había vendido), y buscaba dinero para el próximo viaje.
Pero ese evento marcó el inicio del fin de nuestra relación. Nuestros caminos se bifurcaban y al cabo de poco, terminamos. Boté el producto, nunca me interesó consumirlo.
Perdí todo contacto con ella, pero las biografías en Costa Rica se construyen por chisme. Supe, por amigos en común, que ella decidió abrir el local con dos amigas, en una zona cara de San Pedro. Herbalife abrió un local en Paseo Colón con acabados de lujo, para vender batidos y comprar productos. Además, asistió a otros eventos similares a aquel, como un tipo de energía para seguir motivada.
También supe que ella logró vender un par de kits, algunos los regaló y el resto se vencieron. El local en Paseo Colón cerró poco después. Ni ella, ni sus amigas recuperaron las inversiones en Herbalife y aún así, algunas se metieron en otros negocios. Pero entiendo, completamente, porque Emma se metió en este mundo.
En ese salón, lleno de euforia, de analgésicos en la forma de gritos, bailes y autógrafos, que los hacían escaparse de la realidad, y meterse en una prometa de que todo, eventualmente iba a estar. Era una creencia ciega, una fe sin explicación lógica de cómo harían tanto dinero, pero con la felicidad del momento, y un futuro que parecía real.
Emma era una chica que quería su independencia económica y la promesa de no tener que trabajar duro, sino ser tu propio jefe. Era una combinación perfecta.
Por eso, estuvo dispuesta a invertir cientos de dólares, que nunca recuperó. Porque le prometían la solución a las dos cosas que más buscaba: el dinero y la salud. Y como ella, hay montones.