La curiosa y placentera cotidianidad de un escritor fantasma
Hacer lo mismo todos los días puede sonar aburrido. Uno de mis trabajos es ser escritor fantasma para blogs estadounidenses y hay una hermosura detrás de la rutina.
Todos los días me siento en la misma silla, enfrente del mismo escritorio, y enciendo las mismas aplicaciones en el mismo orden: Word, Calendar y Drive. Tengo tres listas de reproducción con música ya predeterminada, que depende enteramente del humor del día.
Luego, abro el Safari y leo, leo, y leo. A veces, divago y caigo en la tentación de YouTube. Pero luego, vuelvo a leer. Durante esa lectura, a veces, tomo apuntes en un cuaderno, y otras veces tomo capturas de pantalla, para, finalmente, al pasar unas horas, hacer lo que más me gusta: escribir.
La gran mayoría de los artículos que escribiré en un día no tendrán mi nombre. Nadie sabrá que yo los escribí. Si alguno de los libros que estoy ayudando a terminar llegan a ser best sellers, nadie sabrá que yo contribuí. Así lo dice el contrato. Es el “precio a pagar” por ser un escritor fantasma, y así está bien.
El escritor fantasma escribe de todo y de nada
Escribir no sólo consiste en poner unas palabras en un párrafo y que tengan sentido—respetar el orden de Sujeto + Verbo + Predicado que tanto me enseñó mi editora en la Voz—sino en crear algo que atrape al lector. Sin importar la naturaleza del texto, si nadie lo lee, no cumplió su función.
Amo el reto de encontrar el orden específico en el cual van las palabras para crear una idea atractiva. Aunque algunos de mis jefes no leen lo que escribo y sólo lo suben directamente al sitio.
No puedo decir lo mismo de los temas que cubro; son genéricos, casi industrializados. Con la mayoría de mis clientes, yo sigo una plantilla. Ellos me dicen qué quieren y con qué tono y yo lo escribo. Soy el último eslabón entre la escritura humana y la escritura automatizada.
Sí, a veces se siente deshumanizada esta labor. Especialmente cuando, a mí, lo que más me gusta escribir son dos cosas: el periodismo narrativo y la ficción. Existe poco de ambas cosas en artículos como los mejores guantes de hockey por menos de $50, pero sí hay una meta: ser el más leído.
La carrera de clics
Me encantaría decir que todos los días escribo de los temas que me apasiona pero este no es el caso. Es más, la mayoría del tiempo ni siquiera escribo, sino que barro el internet para encontrar la información que necesito. Y conforme más lo hago, me doy cuenta de que todo está dicho, de alguna u otra manera.
Al principio, esto me frustró. ¿Cómo podía ser que yo estaba escribiendo un artículo que ya existía, inclusive con el mismo título? Pero, conforme me adentré en encontrar información, me surgió la intriga. Tenía que haber una manera de contar esto que tuviera los elementos necesarios pero otra narrativa.
La mayoría de las empresas para las cuales trabajo no son periódicos, como tal, porque no trabajan con temas de actualidad ni trabajan con noticias a última hora. Más bien, son páginas que compiten por clics. Las reuniones consisten en discutir cuál formato es el que mejor ha pegado en Google y replicar esa receta.
Cada uno quiere, en su entorno, tener la respuesta perfecta para la pregunta imperfecta. Desde ¿cuál es el mejor 4×4 para remolcar una lancha? hasta ¿cómo hacer para que el equipo de hockey no huela mal? Entre más clics tienen, más arriba salen en la búsqueda de Google y más artículos le mandan a uno, y más pagan.
Es un ciclo perpetuo de producción y respuesta. Sí, no es periodismo. Y me hace falta el lado investigativo, el capturar historias humanas y plasmarlas en papel para que otros puedan leerlas y entender otros puntos de vista. Eso sí, tengo otro trabajo en el cual sí puedo hacer esto y es muy gratificante.
A su vez, tampoco es ficción. Y, sí. Me hace falta crear personajes que cautiven y tengan sus propias vidas. Pero sólo me hace falta de vez en cuando. Porque, al final del día, cumplo con objetivos sencillos y puedo dedicar las tardes y noches a lo mío.
Me enamoré de lo cotidiano
Me fascina el hockey sobre hielo y los automóviles. Pero escribir de estos temas puede significar muchas cosas. Pocos tienen la oportunidad de hacer reseñas de automóviles o de entrevistar a atletas profesionales para hacer una semblanza de 5000 palabras.
Yo, en cambio, escribo de cuáles pickups del mercado gringo pueden remolcar más de 10 000 libras (al parecer, muchos) y porqué los palos de hockey de fibra de carbono son mejores que los de madera.
En mi trabajo como escritor fantasma, 90% de los artículos que escribo no son ni emocionantes ni me llenan de pasión. Eventualmente, puede ser, me dedique a manejar todo tipo de vehículos y escribir una reseña, o entrevistar personas y hacer perfiles largos y detallados. Pero, por ahora, son temas que me interesan, y aprendo algo de cada uno de ellos.
De haber encontrado este trabajo hace unos años, lo más probable me hubiera frustrado enormemente. Todavía creía, en ese entonces, en esa filosofía tan cierta y falsa a la vez, de que tenía que elegir un trabajo que ame, y no tendré que trabajar un día en mi vida. Qué falacia.
Lo veo ahora mismo. Toda mi vida he querido ser escritor y, ahora, mucho de mi ingreso de viene de eso: escribir. Pero, la mayoría de los días, es lo que menos hago.
Coordino reuniones, itinerarios semanales, investigo los temas, sugiero algunos, y rechazo otros. Busco más clientes, me enojo por lo poco que pagan, y busco más. A veces, inclusive ni siquiera escribo, más bien pongo palabras en una pantalla en blanco hasta que tengan sentido. Con lo formulado, lo estructurado, de los artículos que escribo, no se siente como escribir.
Pero, por ahora, esta robotización contribuye muchísimo a mis ingresos. Saber que, en su operatividad, en su repetición, con poca creatividad pero de muy buena paga, logré encontrar un sentido de satisfacción. Me da tranquilidad.
Hay que amar el anonimato
Existió un momento en donde quería que todos los artículos que escribía salieran con mi nombre. Al igual que las empresas para las cuales trabajo, quería que mi nombre fuese de los primeros en salir cuando alguien buscaba en Google. Pero, conforme fui escribiendo de más y más temas, comenzaron las dudas.
¿Cómo iba a crearme una identidad como escritor si existía en todo lado? El ser un escritor fantasma, el escribir contenido utilitario, sin prosa ni belleza, sirve para aumentar la productividad. No mejora la prosa, ni aumenta la cobertura, pero lo acostumbra a uno a sentarse enfrente de la computadora y sentirse cómodo.
Cuando termino un trabajo, sé que llegará un pago y ese artículo subirá a la red. Alguien hará la pregunta en Google y la esperanza es que mi artículo sea el primero. En el sitio, el fundador del sitio pone su nombre en mi artículo. La gente le pregunta a él, y él les responde, aunque yo hice la investigación. Y, en realidad, así está bien.
He encontrado mucho placer en escribir para otros, y sí, como escritor fantasma. Tal vez no de la manera en que yo, u otros, esperaba. Entre los proyectos que hago están biografías, reseñas de libros, libros enteros y más artículos sobre hockey y automóviles. Ocasionalmente, sale un artículo fascinante. Por el resto, la carga es esperada, programada y formulada. No hay sorpresas, ni contratiempos. Y, en esa cotidianidad, hay una belleza casi inexplicable.
*Este no es mi único trabajo como escritor.