Una imagen que pone a una niña, a la izquierda, y un marinero a la derecha. Están encima de una barca, con la vela caída, y reman, sobre un mar tranquilo.
No ficción

Es difícil acotar el tiempo, definir el intervalo preciso, de cuando comienza y termina un episodio de salud mental. Devolverse en el tiempo y decir “aquí comenzó” y “aquí terminó” es casi imposible. No soy experto, pero diría que, a veces, es innecesario. Aún así, son episodios que marcan. Dejan cicatrices. Hace unos días, invoqué la imagen de un recipiente. Somos recipientes con emociones y sin tapa.

Tras de eso, caminamos por un mundo difícil, que nos hace tropezar de vez en cuando. Se desparraman y tenemos que dedicarnos a recogerlas. Un segundo, un minuto, una hora, una vida. Recogerlas no siempre es fácil, repararlas puede ser más difícil. Peor aún, cuando el recipiente se dañó. Es tal el estado de este recipiente, nosotros, que no se sabe si repararlo primero y luego recoger, o si barrer todo debajo del sillón de la sala. Todo se complica cuando agregamos que el pedir ayuda no siempre fue fácil.

La cantidad de gente se acercó, los enlaces que se construyeron, o reforzaron, fueron tan fuertes que no queda más que agradecer por ellos y su poder.

En las redes sociales, ahora nuestra fuente de información, para bien y para mal, parece abundar el tema de la salud mental. Son tiempos que traen consigo efectos no deseados, pero no se detiene ahí. En efecto, conforme avanza y nos adentramos en este futuro incierto, este futuro casi catastrófico que ya estamos viviendo, nos interesa más la salud mental. En los últimos diez años, en Costa Rica, la búsqueda por términos como salud mental, depresión y ansiedad se ha quintuplicado. Sigue una curva constante de ascenso y parece frenarse pronto. Por eso, las válvulas de escape se saturan y caemos en el peligro de simplificar un tema tan complejo que nos podemos diagnosticar con dos o tres posteos de Instagram. Hay ahí un peligro que se vuelve cada vez más sigiloso. A la vez, entiendo de dónde viene. Para muchos, es lo único que hay.

Siempre seré creyente de la terapia. No diré de cuál, porque para todo hay, pero el efecto que ha tenido en mi me hace creer que, existen las herramientas y que, poco a poco, este país debe trabajar para garantizar más acceso a las mismas. A nivel personal, no hay mayor privilegio que poder atender a la salud mental con relativa facilidad. Cuando viví en Argentina, tomé café con un amigo que ya no está en este mundo y me dijo: “el verdadero lujo, la verdadera riqueza, es poder pagar terapia”. Así es, pero también hay otra riqueza, que no necesariamente viene de la terapia, sino que de los momentos oscuros.

Desde un punto de vista del arte, es muy fácil romantizar a la depresión y a la ansiedad. La imagen dela artista deprimida creando genialidades se nos permea como algo aspiracional. Esas grandes mentes que escribieron, pintaron, moldearon, en sus momentos más oscuros. Admirable, lo es. Seguir adelante en episodios tan oscuros, y sí, en muchas situaciones, no hay de otra, pero es válido detenerse, de vez en cuando, y atender al artista dentro de sí, antes de que se quiebre. Si seguimos idolatrando a las figuras rotas, las quebramos más rápido. No es eso en lo que debemos concentrarnos, sino en algo más poderoso. Como nota aparte, un crédito a Sara Núñez por compartirme la imagen anterior.

Mi última crisis trajo consigo algo muy poderoso: la gente. La cantidad de gente se acercó, los enlaces que se construyeron, o reforzaron, fueron tan fuertes que no queda más que agradecer por ellos y su poder. Mi esposa, Andrea, me lo dijo y sí, usando sus palabras, suena pachamámico, pero es cierto. Qué nexos más bellos salieron. Auténtico cariño. Cada conversación, cada abrazo, cada sesión de terapia es una gota de pegamento que va reparando el recipiente, poco a poco, pero lo más valioso es darse cuenta de que está ocurriendo.

Es difícil determinar cuando comienza o termina una crisis. No puedo decir con certeza ninguna de las dos, pero si puedo afirmar que la navego, como lo hacen miles, millones de personas en el mundo. Navegamos muchos un mismo mar, lleno de tormentas, olas, y muelles seguros. Algunas personas no se dan cuenta de dónde están, otras creen estar lejos, cuando están cerca. Por eso, siempre es bueno preguntar, ¿cómo estás?

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