No ficción

Cobrar una apuesta

Still you cherish every second of the gameGive me the future, you take the past
And what if God is just an image in the mindA reflection of the will

Nunca he sido de llorar en conciertos. Es más, no me había pasado antes, pero ahí estaba, en medio de un gentío, llorando, a la izquierda de un mae que apestaba a Cofal, y a la derecha de mi compa, la doctora, que tuvo que comprarse un café porque venía de un examen. Yo le había advertido a ella. 

Todo era parte de una apuesta conmigo mismo. El total fueron $80, que desembolsé hace meses, y ahí estaba, pagando, o cobrando, no sé. Mis ojos se llenaron de lágrimas en medio de un concierto de metal. 

Durante media década, me repetí: “no, no voy a ir a tal concierto, porque voy a escuchar mal”, y así lo hice. Desde que perdí mucha de mi audición, me contuve de ir a varios y fue, durante todo este tiempo, la excusa perfecta. Además, ningún grupo caía dentro de mi lista de favoritos. Hasta que Tobias Sammet anunció su gira. El disco nuevo, A Paranormal Evening With The Moonflower Society, es de sus mejores trabajos, pero, y ¿si no escuchaba nada? Botaría la plata. 

Hubo un momento, cuando estuve encerrado en silencio, que temí no poder escuchar mi música favorita de nuevo. Me pregunté, varias veces, si había escuchado la suficiente música para aguantar el resto de la vida en silencio. Es más, tuve pavor de no volver a escuchar nada, no sólo la música, sino que las conversaciones, en la noche, con mi esposa, las llamadas con mis papás, o conversaciones con mis amigos. 

La audición se mide “al revés”. Lo más cercano a 0 dB que uno escuche, mejor tiene la audición, porque escucha sonidos muy bajos. De hecho, el ser humano promedio comienza a escuchar entre 0 dB y 10 dB. Yo comienzo a escuchar a los 60 dB, y el izquierdo, cuando quiere, a los 70 dB. Además, el daño que tengo hace que no pueda captar ciertas notas más agudas. Una vez que me puse los audífonos, volví a escuchar como una persona normoacúsica, aunque no es perfecto. Existen canciones del pasado que ahora escucho de manera diferente, y las nuevas, pues, así la conozco. Otras personas captarán partes que a mí se me escapan, y tengo que aceptar que así es como escucho en el presente. 

Yo tengo una ventaja con el resto de las personas. Mis audífonos protegen mis oídos. Cuando perciben que el ambiente es muy fuerte, ellos bajan el volumen y disminuyen los golpes sónicos y es genial, en el día a día, pero en un concierto, podía ser una trampa. Conforme el público gritara más, más bajarían, y ahí iba a estar, en un vacío, en un silencio absoluto, viendo como los cantantes alentaban a todos. 

Tras de eso, están las biografías. De todos los artistas que trae Tobias Sammet en sus giras, entre 13 y 16, hay dos que siempre reciben la mayor cantidad de aplausos. Bob Catley tiene 75 años, y sigue dominando el escenario. Ronnie Atkins tiene cáncer, de pulmón, tras de todo, y aún así canta con todo lo que puede, y ahí estaban, los dos. Cantando, viviendo, en el presente, y los pude escuchar. Con toda claridad. 

Escuché desde la distorsión que tuvo Stratovarius, hasta cuando se quedaron sin sonido y el bajisto siguió tocando sin amplificador. Logré captar cuando Ralph Scheepers habló con el público con su inglés casi incomprensible y hasta hice un experimento. En medio concierto, me quité los audífonos y sentí la diferencia entre escuchar con un equipo protector y a la libre. 

Hace meses, cuando las entradas salieron a la venta, tuve la oportunidad de responder a la pregunta: ¿iba a poder escuchar de nuevo a mí música favorita? Hice una apuesta. Compré la entrada, y no le dije a nadie. Iba a ir solo porque sabía que, independientemente de lo que pasara, iba a llorar, escuchara o no. 

No hay más trillado que citar a una canción que resume perfectamente lo que uno siente, pero es trillado porque sirve. Como dice Catley, en la canción que me sacó las lágrimas, hay ciertos momentos en donde uno siente que la historia no ha terminado. 

 

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